Durante más de quince años, Frank Cuesta fue presentado como el hombre que habla con los animales, un aventurero que dejaba su confort europeo para sumergirse en la jungla, asistir al rescate de especies en peligro y denunciar el tráfico de animales exóticos. Desde su primera aparición en Callejeros Viajeros hasta convertir Wild Frank en un fenómeno internacional con 17 temporadas en Discovery Max, su credibilidad parecía inquebrantable.
Para millones de espectadores, Cuesta personificaba la defensa animal: su naturalidad al lidiar con cobras o felinos salvajes, su cercanía a comunidades locales y su compromiso con causas como la protección de tortugas marinas, capturaron el interés de un público cada vez más sensibilizado con el medio ambiente. Galardonado con un premio Ondas, su imagen se fue reforzando con colaboraciones con youtubers de renombre y alianzas con ONG conservacionistas. “Frank Cuesta supo canalizar el interés por la naturaleza en un mensaje sencillo y cercano. Fue el puente entre la pantalla y las selvas, y encarnó la figura del hombre capaz de salvar animales allá donde fuera necesario”, recuerda Aïda Gascón, directora de AnimaNaturalis en España.
Sin embargo, ya en 2022 despertaron las primeras dudas. La insistente petición de apoyos económicos tras cada percance (mordeduras de cobra, impactos de ciervo, tratamientos por anfibios venenosos) alimentaba la idea de un contenido diseñado para generar expectación y donaciones. Algunos colegas comenzaron a cuestionarse si esos “accidentes” eran fruto del sacrificio profesional o parte de un montaje para mantener la atención de la audiencia y la financiación de su santuario en Tailandia.
Filtraciones y denuncias
La imagen idealizada de Frank Cuesta se resquebrajó definitivamente con las grabaciones filtradas por su exsocio Chi Wildlife. En una serie de audios que saltaron a la esfera pública, Cuesta hablaba con crudeza sobre los animales a su cargo, admitía la compra y reventa de ejemplares e incluso se mofaba de planes para envenenar perros y gatos. “Voy a poner veneno todos los putos días hasta que mueran todos los putos perros”, se le oye decir en uno de los fragmentos. A continuación, aludía a “comida envenenada para gatos, esos hijos de puta”.
A las frases textuales se unieron imágenes y vídeos del supuesto mal estado de las instalaciones: un cerdo con claros signos de desnutrición y nutrias confinadas en espacios reducidos. La combinación de audios, fotografías y testimonios erosionó la fe de sus seguidores más fieles.
Paralelamente, la Justicia tailandesa investigaba tres denuncias presentadas por su exmujer, Yuyee, y la tenencia de animales protegidos sin la documentación correspondiente. En su comunicado personal, el propio Cuesta reconoció haber sustituido animales fallecidos por otros para “mantener el interés” en el canal y confesó un problema de mitomanía y ego que, según él, había convertido la defensa animal en un espectáculo fuera de control. “Todos los animales que tengo en el santuario han sido comprados. Podríamos definirlo como una granja de animales más que un santuario”, admitió en un vídeo de confesión en su canal de YouTube, donde también negó padecer cáncer y explicó que su verdadero problema era una mielodisplasia mal diagnosticada.
Pese a sus intentos de matizar y atribuir los audios a “conversaciones privadas grabadas sin consentimiento”, la crisis de reputación se agudizó cuando se reveló una conversación en inglés con “la mayor traficante de animales de la historia de Tailandia”. En ella, Cuesta pedía tortugas baratas e incluso ejemplares con defectos físicos, lo que desembocó en acusaciones de colaboración directa con el mercado negro de fauna.
Varios influencers que habían colaborado con él, como TheGrefg y Plex, se vieron forzados a replantear su apoyo: tras verificar las cuentas de destino de las donaciones, TheGrefg aseguró que el dinero se empleaba según lo prometido; Plex, en cambio, terminó por distanciarse tras confirmar que algunos animales no estaban vacunados y que el trato dispensado distaba de lo mostrado en pantalla. “La defensa de los animales no puede sostenerse sobre el secretismo y el engaño. Cuando la realidad contradice lo exhibido, lo que está en juego no son solo reputaciones, sino vidas”, subraya Gascón.
La verdad tras el espectáculo
Más allá del desmoronamiento personal de Frank Cuesta, lo ocurrido pone en evidencia una tendencia creciente: el uso de la causa animal como producto de consumo en las redes sociales. Los influencers de la conservación construyen narrativas emocionales que generan donaciones, patrocinios y visibilidad. Sin embargo, cuando la gestión opaca y las prácticas dudosas afloran, son los animales quienes finalmente pagan el precio.
En numerosas ocasiones, la retórica de “salvar la naturaleza”, "jugarse la vida por los animales" o promover "una vida respetuosa con el medio ambiente" convive con operaciones que tienen poco que ver con la ética y más con un modelo de negocio. El uso de laxantes para “alejar” perros callejeros, la falsedad de rescates de fauna en peligro y la sustitución de ejemplares muertos por nuevos animales para filmar “renacimientos” son prácticas documentadas que niegan la esencia del compromiso animal. “El negocio de la defensa animal solo beneficia a quienes controlan la narrativa y las cuentas bancarias. Mientras tanto, los animales siguen desplazados, con escaso cuidado veterinario y sometidos a condiciones que ningún santuario debería tolerar”, denuncia Gascón.
AnimaNaturalis lleva más de dos décadas alertando sobre los riesgos de la falta de transparencia en organizaciones y proyectos conservacionistas. Para que la sociedad recupere la confianza, es imprescindible implantar controles independientes, auditorías periódicas de destino de fondos y estándares claros de bienestar animal. Solo así podremos distinguir entre verdaderos proyectos de protección y meros shows lucrativos. “Reclamamos que todas las entidades e influencers que operan bajo la bandera animal tengan un código ético accesible, con información detallada sobre orígenes de los animales, gastos y protocolos de cuidado”, exige Gascón.
La caída de Frank Cuesta deja una lección amarga: no basta con buenas intenciones ni cámaras en la selva. La auténtica defensa de la fauna requiere compromiso real, transparencia absoluta y la convicción de que el fin nunca justifica cualquier medio. De lo contrario, la causa animalista, tan necesitada de solidaridad, se arriesga a convertirse en una distracción rentable, alejada del respeto que todos los seres sintientes merecen.
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